Las ciudades y la Universidad en la Edad Media
En la Edad Media sobre todo a partir del siglo XI se produce una intensa urbanización. La Edad Media únicamente rural es un tópico.
En la Edad Media se crean muchas más ciudades que en Roma. Las ciudades de origen romano son las que llamamos civitas. Fueron a veces sede de un soberano, o sede de un obispo,… Barcelona es un ejemplo de ello. Durante este periodo las antiguas civitas crecieron.
Pero más importante que este crecimiento es el hecho de que aparecen nuevas ciudades pequeñas y medianas. Algunas regiones importantes de ciudades existentes entonces fueron la que se desarrolló a lo largo del Rin, la zona septentrional del Mediterráneo y el área que bordea el mar del norte y el mar báltico.
Este proceso de urbanización tiene unas consecuencias importantísimas para Occidente. Las ciudades son sitios donde la gente compra y vende. Se trata de una incipiente economía capitalista. Todas las ciudades tienen señor, pero de alguna manera los habitantes del burgo logran hacerse oír y respetar. Todo ello comporta también un cambio cultural.
Todos los habitantes de la ciudad compran y venden: se dedican a un negocio. Su oficio es hacer dinero, buscan el lucro. Se mueven por el amor al dinero, lo cual es una contraposición a lo que pasaba con los caballeros, que se movían por el amor a la guerra.
Hay una nueva forma de riqueza. El caballero o el noble eran ricos si tenían tierras. Los «hombres de la bolsa» (como se llamaba a los habitantes del burgo aludiendo de forma simbólica a la bolsa de cuero donde guardaban las monedas) son ricos al tener más monedas de cobre, de oro o de plata. También usan la riqueza de forma distinta. Los caballeros, que la ganaban del saqueo, la empleaban en regalos a la dama. Todo ello implica un nuevo comportamiento, una nueva cultura, un nuevo saber.
Es un saber profano. A ese hombre de la ciudad se le piden unas habilidades paganas, el mercader no puede confiar solo en Dios para tener éxito, así que las necesita, necesita una serie de conocimientos e instrucciones paganos como la geografía, la aritmética, etc. (Por ejemplo, en Italia aparecen hasta escuelas dedicadas a uno de estos conocimientos en concreto, como las escuelas de Aritmética.) Es un uso del saber racional, científico, al servicio de los negocios, pero existente y nuevo.
Estamos hablando de una época en la que se inventa el reloj y se introducen las horas. Se introduce también una moral profana, que no pone a Dios en primer término, aunque sigan creyendo en él. Según esta moral, es bueno aspirar al lucro, evitar el despilfarro, y cada uno considera los intereses propios en primer término. El caballero, en cambio, cuanto más gasta, mejor; y busca a los amigos.
Aparece el «hombre de la bolsa» y el amor al dinero con su virtud particular y su moral particular y entonces se produce una especie de choque entre esta cultura nueva y las que ya existían, tanto con la cultura cortés como con la cultura clerical. También hay un choque de economías, entre la economía del retener, incipiente, y la tradicional economía del dar (de los cleros, al pobre; de los caballeros, a los amigos).
También se observa un choque de culturas. Hay una no aceptación, desprecio y condena de esta nueva cultura burgués por parte de los representantes de las culturas tradicionales. Esta condena se materializa como rechazo de la ciudad (como un lugar de artificio; como lugar de diversidad, lo cual es motivo de sospecha; como lugar de corrupción y vicio; como lugar de peligro; como lugar del dominio del «sucio dinero», sucio en términos morales; etc.) En definitiva, se asocia la cultura de la ciudad a los pecados de avaricia y de codicia. No se concede la capacidad de salvarse al «hombre de la bolsa». En el derecho canónico queda claro que el burgués será condenado: en su propia profesión está su condena.
Los hombres de la ciudad no encajan con la cultura clerical que no les acepta. La cultura tradicional tiene una doble incapacidad: la incapacidad de aceptar la nueva cultura y la incapacidad de dar alternativas. Nadie enseña cómo vivir cristianamente en las ciudades en un primer momento.
Ello es el reflejo de una impotencia real. La asimilación de todo esto es un reto real importante.
En esos tiempos la capacidad de leer y escribir (la «literacidad») en latín, que era la lengua culta, está en manos de un cierto colectivo: el de los hombres de la iglesia. Se aprende en la Escolae, de las cuales se distinguen dos tipos: Monásticas (vinculadas a un monasterio) o catedralicias (vinculadas a una catedral).
Se enseña religión o, técnicamente, la lectio divina, la palabra de Dios, que es la de la Biblia, y es a tal efecto que se enseña a los monjes y sacerdotes a leer y escribir.
Es un saber religioso, un saber latino.
Se enseñan sobre todo las dos primeras asignaturas de lo que se llama trivium. El curriculum de un romano culto eran las artes liberales. Se dividían en 2 grupos: el trivium (gramática, retórica, lógica) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). Ahora bien, en las escuelas monásticas y catedralicias se enseñan sobre todo las dos primeras del trivium (es decir, gramática y retórica) y el resto del trivium y el quadrivium a penas se enseña o no se enseña en absoluto.
Se trata sobre todo de transmitir, es traditio. Transmitir la Biblia y lo dicho por los Padres de la Iglesia, principalmente por San Agustín de Hipona. Sin innovar: de hecho, se rechaza la novitas.
Todo este panorama va a cambiar mucho a partir del siglo XI y sobre todo del XII. Las escuelas monásticas quedan muy estancadas mientras que las catedralicias avanzan. Esto es porque las catedralicias se sitúan en el ámbito de la ciudad. Los profesores cambian y los estudiantes también: van buscando una buena formación, no necesariamente para formar parte del clero, están dispuestos a ir cambiando de ciudad en su búsqueda de una formación completa o para seguir a un profesor. Se amplían los temas.
Pedro Abelardo reivindica el uso de la razón y expone que es necesario entender algo para poder explicarlo. Para entender el mundo, hay que usar la razón. Este cambio de mentalidad posibilita que los maestros estén abiertos a la razón pero también abiertos a la doctrina de los antiguos, y ya no solo a la de los Padres de la Iglesia y otras pocas autoridades.
Se multiplica el número de alumnos y eso fuerza la creación de una institución para dar respuesta a tanta demanda: la Universidad. Es una institución normalmente con cierto control eclesiástico, pero con autonomía de gobierno al frente del cual hay un rector. Empezó habiendo 3 universidades y a finales del siglo XV ya había más de 60. Eso implica un espectacular aumento de población letrada.
Se aplica el método escolástico: a través del diálogo, el maestro propone una pregunta, expone distintos puntos de vista, tiene lugar un debate y finalmente de nuevo el maestro interviene para exponer las conclusiones.
Los nuevos maestros, sobre todo del siglo XIII, enseñan muchos saberes distintos pero sobre todo muchos saberes nuevos. Nuevos pero, claro esá, no han salido de la nada: han recibido la enseñanza de los griegos (Hipíocrates, Heurípides, Pitágoras, Platón y Tolomeo fundamentalmente, pero no solo) y sobre todo de Aristóteles. Y además, de los maestros musulmanes y judíos de los siblos X, XI y XII que también habían aprendido de los griegos, cuya doctrina habían comentado.
Los cristianos no leen a Aristóteles en griego, sino en árabe, idioma del que se traduce al latín a los griegos y también todos los comentarios.
Posteriormente se intentará comprender mediante la razón lo que ya se comprende mediante la fe. Por otra parte, para explicar el mundo ya no basta Dios y los pecados, sino que es necesario algo más.
El hombre es un ser que está en natura, microcosmos que vive en una entidad más amplia: el macrocosmos. Macrocosmos y microcosmos inetractúan. Pero para descubrir esta naturaleza necesitamos entender, la razón, la ciencia. Eso enseñan los griegos. A la cristiandad lo que llega es una nueva forma de ver el mundo a través de los griegos. El decubrimiento de Aristóteles es el descubrimiento de natura, en cierta medida opuesto a un mundo solo regido por Dios.